Violencia obstétrica, violencia «de género»

La violencia obstétrica también es «violencia de género». Y lo ponemos entre comillas porque no entraría dentro de la definición legal penal, pero acaso, seamos sinceras, ¿creéis que ocurriría lo mismo si fueran los hombres lo que parieran? NO, rotundo y claro no. Es una violencia con «causa» en nuestro género, en la que el hombre, generalmente (o mujeres criadas y educadas en una sociedad patriarcal), utiliza su superioridad para ejercer violencia gratuita en nuestro cuerpo.

En primer lugar, el mundo profesional moderno, tal y como lo conocemos ahora, no ha sido siempre así. No hace tanto que los planes de estudios fueron diseñados en una época en la que a las mujeres les era mucho más complicado estudiar lo que quisieran, y mucho menos trabajar en ello, por lo tanto, tanto en las universidades como en la aplicación práctica, era traducción literal y en primera persona de la sociedad patriarcal en la que vivíamos. Los embarazos y los partos fueron entregados como objeto de estudio “a la ciencia” que sí, que nos ofrecieron grandes adelantos, pero también grandes retrocesos. Así, se efectúan prácticas que, aún siendo contrarias a las recomendaciones generales de, por ejemplo, la Organización Mundial de la Salud, sirven como facilidades al personal que las atiende, bien para su práctica, bien para su formación, como por ejemplo el elevado número de cesáreas, la postura más habitual en los paritorios o la ausencia de reclamaciones si tenemos en cuenta el elevado malestar general en cuanto a la humanización del nacimiento.

En segundo lugar, aunque no nos vayamos muy lejos en el tiempo, a día de hoy las mujeres seguimos sin poder decidir nosotras mismas en nuestro cuerpo (y ya no hablemos del tema interrupción voluntaria del embarazo). Aunque ha habido grandes avances legislativos, no es así en la igualdad real. El poder legislativo, y el judicial, aunque cada vez menos, sigue estando en poder masculino. En parte, por las mismas razones que en el punto anterior, por no acceder a estudios (el acceso real es reciente) y por la división sexual del trabajo. Las mujeres siguen ocupando puestos de menor representación, menor carga horaria (¿por qué será?), menor retribución y menores requisitos profesionales (de estudios). Seguimos  hablando de jueces, de políticos, de enfermeras y de médicos. Así que cuando llegado el momento nos ponemos en sus manos, no somos tenidas en cuenta como sujetas de derechos, sino como objetos de parir.

Y finalmente, la casuística demuestra que nos siguen infantilizando, nos siguen cosificando y restándole importancia a nuestras palabras, deseos y derechos, aún por encima de lo establecido en las leyes, aquellas en las que al menos materialmente más se ha reconocido la igualdad. El cuerpo de las mujeres sigue siendo objeto, de prácticas, de aprendizaje, de mofa, de cosificación … Herramientas como el plan de parto no son tenidas en cuenta más que como redacciones de iluminadas que quieren parir a oscuras o en compañía de su pareja, o que se quieren llevar la placenta a casa (que digo yo, ¿por qué no si es nuestra?), pero aún no es frecuente que sea entendido como un verdadero instrumento legal con plena validez ante cualquier ente de nuestro ordenamiento, siempre que no decidamos cuestiones contrarias a la evidencia científica. Y no podemos olvidarnos que el plan de parto no sólo está pensado para un  parto “natural”, sino también para expresar nuestros deseos y nuestro consentimiento en otras opciones en las que puede o queremos que derive el alumbramiento.

Vale, hemos llevado al extremo en todos estos campos la reflexión, quizás para que se entienda mejor. Gracias a que el personal está cambiando, a que las mujeres estamos accediendo a puestos de decisión y representación, el trato está siendo más humano, somos muchas ya las mujeres que hacemos valer nuestros derechos también en el entorno sanitario, pero aún falta mucho para que alcemos nuestra voz y nos hagamos valer. Informémonos, expresémoslo, y acostumbrémonos a reclamar cuando nuestros derechos son vulnerados, aunque no se quede en nada más (y nada menos) que una queja en atención al paciente. Hagámonos valer, sino, nada cambiará nunca.

FEMLEGAL

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