Reclamar o no reclamar… he ahí la cuestión…

En cuantas ocasiones nos quejamos, ponemos el grito en el cielo, escribimos desesperadamente en foros y grupos de Internet sobre una determinada injusticia que nos ha ocurrido, dejando entrever que el sistema no funciona,  que los derechos de las mujeres son vulnerados día sí, día también, no ya violentados de una manera apabullante como es el caso de los asesinatos por violencia de género (no podríamos poner la cifra a fecha de hoy que escribimos el artículo, porque a fecha de que se publique ya no estaría actualizada…)… En este artículo no hablamos de este tipo de violencias, sino de otras más sutiles que enervan nuestros nervios de golpe pero que en escasas ocasiones nos llevan a profundizar más en la reclamación, queja, protesta formal, etc.

Hablamos, en este caso, por ejemplo, de los miles de planes de parto vulnerados en nuestro país, todos los días y que se saldan sin consecuencia alguna para las y los profesionales que nos atienden. Hablamos de la cantidad de mujeres que se quedan sin lactar a sus bebés por tener que acudir a una mesa en el día de las elecciones. Hablamos de las condiciones de trabajo, donde la empresa no nos permite escoger nuestro horario cuando presentamos una reducción de jornada. Hablamos de estas y miles otras de situación más donde los derechos de las mujeres y de los hombres relacionados con la crianza de sus hijas o hijos son ignorados.

 

¿Pero qué hacemos? ¿Reclamar? Nos sentamos a escribir lo mal que lo pasamos, lo injusta que es la situación, la putada que nos han hecho, las secuelas o consecuencias que ello ha tenido en nuestras vidas y en nuestra salud, pero en raras ocasiones llevamos a cabo una queja formal. Quizás por falta de información: no sabemos dónde, o a quién … Quizás por falta de creencia en que ello vaya a cambiar algo: el “totalparaqué”…

Pero tenemos que darnos cuenta que si no lo hacemos, sin reclamar, nada va a cambiar. Aquí sí que pensarán los ejecutores de tales violaciones el “totalparaqué” si nadie reclama, si todo va bien, si no pasa nada…

 

Nuestra queja o reclamación cumple una doble o triple función: en primer caso, la reparación del mal hecho, o cuando menos su reposición o indemnización y la penalización del culpable que debería mudar de actitud en posteriores ocasiones. En segundo lugar, bajo mi punto de vista, una función de responsabilidad social, para que nadie en mi misma situación vuelva a pasar por lo mismo. Si todas callamos, tenemos un atisbo de responsabilidad también en que siga ocurriendo. Y en tercer lugar, en muchas ocasiones, somos la voz de los que aún no tienen voz, sólo tienen el llanto como manera de comunicarse nuestros hijos e hijas. A ellas y ellos se lo debemos.

Y si para nosotros es tan importante como refleja nuestro sentimiento ese momento, el dinero mejor empleado será un buen asesoramiento en cómo hacerlo y hacerlo bien. Que los foros y los grupos de internet están muy bien para saber cómo comenzar. Ejercen una labor de asesoramiento inicial y de dibujo del camino fenomenales, pero a mi personalmente los ejercicios de copia/pega en situaciones como esta, de borradores de documentos que circulan entre familias que ni se conocen realmente, que no conocen la realidad como es, y mucho menos la realidad jurídica, que funcionan bajo el “amimefuncionismo” que diría mi colega Porto, y que pueden resultar desastrosos. Pueden, o sí, o no… pero dejarías tu vida o la de tu hijo en esas manos? Para mi el valor de un derecho es el mismo.

Sé que estoy en esta profesión por mi sentido del deber tan alto, y de justicia social. Sé que soy la que soy por ello. Y mi tiempo y mi esfuerzo, mi dinero y mi dedicación me he gastado en llegar hasta aquí. Lo siento, pero no regalo mi trabajo.

Dedicado… a quien quiera oírlo…

Ana García

FEMLEGAL

 

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